Juan XXIII y el Valle de los Caídos


 
 





Supongo que a algunos les va a saber a rejalgar. Pero la historia es la historia. Y el Papa Juan XXIII, el Papa Bueno, en 1960 elevó la iglesia del Valle de los Caídos a la dignidad de basílica menor. Con grandes elogios de la misma y expresa mención del Caudillo. Y hasta de la Piedad de la fachada que las huestes zapateriles quisieron picar. Y no en una conversación telefónica sino en documento recogido en Acta Apostolicae Sedis.

CARTA APOSTÓLICA
SALUTIFERAE CRUCIS*

DE SU SANTIDAD
JUAN XXIII
CON LA QUE SE ELEVA AL HONOR Y DIGNIDAD DE BASÍLICA MENOR
LA IGLESIA DE SANTA CRUZ DEL VALLE DE LOS CAÍDOS

Yérguese airoso en una de las cumbres de la sierra de Guadarrama, no lejos de la Villa de Madrid, el signo de la Cruz Redentora, como hito hacia el cielo, meta preclarísima del caminar de la vida terrena, y a la vez extiende sus brazos piadosos a modo de alas protectoras, bajo las cuales los muertos gozan el eterno descanso. Este monte sobre el que se eleva el signo de la Redención humana ha sido excavado en inmensa cripta, de modo que en sus entrañas se abre amplísimo templo, donde se ofrecen sacrificios expiatorios y continuos sufragios por los Caídos en la guerra civil de España, y allí, acabados los padecimientos, terminados los trabajos y aplacadas las luchas, duermen juntos el sueño de la paz, a la vez que se ruega sin cesar por toda la nación española. Esta obra, única y monumental, cuyo nombre es Santa Cruz del Valle de los Caídos, la ha hecho construir Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España, agregándola una Abadía de monjes benedictinos de la Congregación de Solesmes, quienes diariamente celebran los Santos Misterios y aplacan al Señor con sus preces litúrgicas. Es un monumento que llena de no pequeña admiración a los visitantes: acoge en primer lugar a los que a él se acercan un gran pórtico, capaz para concentraciones numerosas; en el frontis ya del templo subterráneo se admira la imagen de la Virgen de los Dolores que abraza en su seno el cuerpo exánime de su Divino Hijo, obra en que nos ha dejado el artista una muestra de arte maravilloso. A través del vestíbulo y de un segundo atrio, y franqueando altísimas verjas forjadas con suma elegancia, se llega al sagrado recinto, adornado con preciosos tapices historiados; se muestra en él patente la piedad de los españoles hacia la Santísima Virgen en seis grandes relieves de elegante escultura, que presiden otras tantas capillas. En el centro del crucero está colocado el Altar Mayor, cuya mesa, de un solo bloque de granito pulimentado, de magnitud asombrosa, está sostenida por una base decorada con bellas imágenes y símbolos. Sobre este altar, y en su vértice, se eleva, en la cumbre de la montaña, la altísima Cruz de que hemos hecho mención. Ni se debe pasar por alto el riquísimo mosaico en que aparecen Cristo en su majestad, la piadosísima Madre de Dios, los apóstoles de España Santiago y San Pablo y otros bienaventurados y héroes que hacen brillar con luz de paraíso la cúpula de este inmenso hipogeo. Es, pues, este templo, por el orden de su estructura, por el culto que en él se desarrolla y por sus obras de arte, insigne entre los mejores, y lo que es más de apreciar, noble sobre todo por la piedad que inspira y célebre por la concurrencia de los fieles. Por estos motivos, hemos oído con agrado las preces que nuestro amado hijo, el Abad de Santa Cruz del Valle de los Caídos, nos ha dirigido, rogándonos humildemente que distingamos este tan prestigioso templo con el nombre y los derechos de Basílica Menor. En consecuencia, consultada la Sagrada Congregación de Ritos, con pleno conocimiento y con madura deliberación y con la plenitud de nuestra potestad apostólica, en virtud de estas Letras y a perpetuidad, elevamos al honor y dignidad de Basílica Menor la iglesia llamada de Santa Cruz del Valle de los Caídos, sita dentro de los límites de la diócesis de Madrid, añadiéndola todos los derechos y privilegios que competen a los templos condecorados con el mismo nombre. Sin que pueda obstar nada en contra. Esto mandamos, determinamos, decretando que las presentes Letras sean y permanezcan siempre firmes, válidas y eficaces y que consigan y obtengan sus plenos e íntegros efectos y las acaten en su plenitud aquellos a quienes se refieran actualmente y puedan referirse en el futuro; así se han de interpretar y definir; y queda nulo y sin efecto desde ahora cuanto aconteciere atentar contra ellas, a sabiendas o por ignorancia, por quienquiera o en nombre de cualquiera autoridad.


Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día siete del mes de abril del año mil novecientos sesenta, segundo de nuestro Pontificado.
D. Card. Tardini
* AAS 53 (1961) 148-149.

Y lo del Caudillo no lo digo yo. Para instrucción de lectores. Que los hay que hablan por las tripas y no con la cabeza. Eso es lo que es la basílica menor del Valle de los Caídos. Un templo de la Iglesia Católica bendecido expresamente por el Papa. Por un Papa que será santo mañana. Salvo que se derrumbe la basílica mayor de San Pedro o un accidente de salud impida al Papa Francisco la proclamación.

Lo siento, chiquitos, pero eso es lo que hay.


La cigüeña en la torre






Juan XXIII, entusiasmado por el Valle de los Caídos


«En ese hermoso valle, bajo el signo de la paz»


Después de un desencuentro de monseñor Roncalli con el Régimen español, el entonces nuncio en París visitó las obras del Valle de los Caídos. El ideal de reconciliación del proyecto le entusiasmó e hizo que, ya siendo Papa, tuviera varios gestos de cariño hacia este monumento, al que incluso legó un fragmento del lignum crucis





Cúpula de la basílica del Valle
de los Caídos, que representa a caídos
de los dos bandos de la guerra civil




En 1950, monseñor Angelo Roncalli, entonces nuncio en París, recorrió España cuando volvía de visitar los territorios franceses del norte de África. En el resumen de este viaje, escribió: «No he caído enfermo ninguna vez, salvo un pequeño resfriado visitando El Escorial»; en concreto, el Valle de Cuelgamuros, donde se estaba construyendo el Valle de los Caídos. Este percance le obligó a pasar «un día en ayunas y de descanso en Madrid». Curiosamente, también durante la visita de 1954 tuvo que quedarse un día en Comillas, con una indisposición gástrica que atribuyó a una paella.

Anécdotas aparte, la visita al Valle fue importante en su relación con España. «Roncalli había hecho unas declaraciones sobre España que al Vaticano le parecieron poco convenientes» -explica el historiador don Luis Suárez-, y Pío XII le recomendó que visitara el país. «Le acompañaron al Valle, para que viera las obras, don Alberto Martín Artajo, ministro de Exteriores, y don Ángel Herrera Oria», dos personalidades destacadas de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, que «trabajaban para enderezar el rumbo de la nación hacia la superación de los odios. A monseñor Roncalli le pareció admirable aquella idea de que los caídos de ambos bandos pudieran reposar en el mismo lugar a la sombra de la Cruz, y dejó Madrid convencido de que era una gran obra».



Yérguese airosa la Cruz





Lignum Crucis regalado por el Papa al Valle


El Papa guardó en su memoria este lugar y, «ya como Pontífice, tuvo múltiples gestos hacia el Valle de los Caídos, nacidos de la conciencia que tenía sobre lo que representaba», explica el padre Anselmo Álvarez, abad de la comunidad benedictina del Valle. Con motivo de su consagración, en 1960, la Santa Sede concedió a la iglesia el título de basílica menor. La carta apostólica en la que se concedía esta dignidad comenzaba con esta bonita descripción del Valle: «Yérguese airoso en una de las cumbres de la sierra de Guadarrama, no lejos de la Villa de Madrid, el signo de la Cruz redentora, como hito hacia el cielo, y a la vez extiende sus brazos piadosos a modo de alas protectoras, bajo las cuales los muertos gozan el eterno descanso». La carta justifica la decisión «por el esplendor de su arte, por la dignidad de su culto y por la piedad» de los peregrinos.

Además, el Papa envió como legado pontificio para la ceremonia al cardenal Gaetano Cicognani, «una persona -explica el padre Anselmo- cercana a él», Prefecto de la Congregación de los Ritos, y nuncio en España entre 1938 y 1953. Otros gestos de cariño del Papa fueron conceder la indulgencia plenaria a los fieles que participen en los oficios de Viernes Santo; y un regalo muy especial: dos astillas de madera, de las pocas certificadas como pertenecientes a la Cruz del Señor, que se veneran ese día y en la Exaltación de la Santa Cruz. Su intención era que la gracia de la Redención siguiera derramándose sobre los antiguos combatientes, y sobre toda la nación.

M.M.L.

alfayomega.es




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