"Tanto derecho como tienes tú a no ser independentista, lo tienen otros conciudadanos tuyos a serlo".



Ha dicho José I. González Faus en un artículo en RD.

Algunos creemos que no es cierto. No hay el mismo derecho a mantener una convivencia de siglos con todas las interrelaciones beneficiosas que se han creado entre los pueblos de una nación, que a romperla. Pero es una de las argucias del independentismo, poner las dos opciones al mismo nivel, de ahí que estemos en contra de un referendum porque el hecho de hacerlo pone a las dos opciones teóricamente como válidas. Y al celebrarlo, el independentismo ya sale ganando algo, mientras el resto de españoles que sienten Cataluña como algo propio, pierden, porque se hace algo ajeno a ellos.

Quizás hay que distinguir entre unidad en la diversidad y que esa diversidad se pueda por la voluntad de algunos aunque sean numerosos en un momento determinado, transformarse en naciones distintas. Como comentábamos en una entrada anterior, la naciones no se crean de la nada y tampoco las interrelaciones, lo que hoy es Cataluña es la suma de todas las aportaciones de las generaciones pasadas (de catalanes y del resto de España con cosas mejores y peores, como las familias). Los independentistas actuales tienen en su mano algo que ellos en su mayor parte no han construido aunque pongan su grano se arena.


En la carta "POR EL RESPETO Y LA CONCORDIA" escrita en un tono conciliador y amable un grupo de clérigos catalanes citaban como referencia algo dicho por S. Juan Pablo II en la ONU:

«El derecho de las naciones a la existencia es ciertamente el presupuesto de los otros derechos de una nación: nadie, pues -ni un Estado, ni otra nación ni ninguna organización internacional- está nunca legitimado a considerar que una determinada nación no es digna de existir. Este derecho fundamental a la existencia no exige necesariamente una soberanía estatal, ya que son posibles diversas formas de agregación jurídica entre diferentes naciones (...). Puede haber circunstancias históricas en las cuales agregaciones diversas de una soberanía estatal pueden resultar incluso aconsejables, pero a condición de que haya un clima de auténtica libertad, garantizada por el ejercicio de la autodeterminación de los pueblos» (5-X-1995).


Pero no creemos que Juan Pablo II se refiriera a un caso como el Catalán sino a verdaderas naciones (en el sentido histórico) sometidas por otras, en ese mismo discurso antes de este párrafo se refiere a la liberación de los países sometidos por la antigua Unión Soviética;

"Las dinámicas morales de la búsqueda universal de la libertad han aparecido claramente en Europa central y oriental con las revoluciones no violentas de 1989. Aquellos históricos acontecimientos, acaecidos en tiempos y lugares determinados, han ofrecido, no obstante, una lección que va más allá de los confines de un área geográfica específica. (...) Ante regímenes sostenidos por la fuerza de la propaganda y del terror, aquella solidaridad constituyó el núcleo moral del "poder de los no poderosos", fue una primicia de esperanza y es un aviso sobre la posibilidad que el hombre tiene de seguir, en su camino a lo largo de la historia, la vía de las más nobles aspiraciones del espíritu humano".


"Por desgracia, incluso después del final de la Segunda Guerra mundial los derechos de las naciones han continuado siendo violados. Por poner sólo algunos ejemplos, los Estados Bálticos y amplios territorios de Ucrania y Bielorrusia fueron absorbidos por la Unión Soviética, como había sucedido ya con Armenia, Azerbaiyán y Georgia en el Cáucaso. Contemporáneamente, las llamadas "democracias populares" de Europa central y oriental perdieron de hecho su soberanía y se les exigió someterse a la voluntad que dominaba el bloque entero".



Y si se analiza lo ocurrido en los últimos años, no ha sido el pueblo catalán el sometido por el poder español, sin embargo han sido los que se sentían españoles en Cataluña los perseguidos.


El párrafo de JPII en el contexto que lo recoge esta carta podría justificar, al menos desde la moral cristiana, la división de una nación sin fin. Cuando a los independentistas les plantean como argumento que a su vez podría haber comarcas catalanas que pidieran la independencia, porque son más ricas ó sienten que tienen alguna particularidad u otras causas, de una Cataluña independiente, se suele responder con que son comparaciones absurdas. Pero sólo hay que dejar pasar el tiempo y que las iniciativas actúen, hace 20 años cuando el partido de Jordi Puyol y los nacionalistas vascos apoyaron la investidura de Aznar, plantear una posible declaración unilateral de independencia también hubiera parecido absurdo...


Añade JPII en su discurso;

"En este contexto es necesario aclarar la divergencia esencial entre una forma peligrosa de nacionalismo, que predica el desprecio por las otras naciones o culturas, y el patriotismo, que es, en cambio, el justo amor por el propio país de origen".


Si nos fijamos los que han promovido la unidad nunca atacan a la cultura catalana como tal, al contrario por ejemplo en todas las manifestaciones se unen banderas españolas y senyeras, aunque sí critiquen fuertemente a los independentistas. Sin embargo el nacionalismo catalán ha atacado muchas veces no sólo a los que defendían la unidad de España, sino a la misma forma de ser de la cultura española, para forzar una separación.


En un libro-entrevista, "Memoria e identidad", Juan Pablo II hablaba sobre este tema;

"La expresión «patria» se relaciona con el concepto y la realidad de «padre» (pater). La patria es en cierto modo lo mismo que el patrimonio, es decir, el conjunto de bienes que hemos recibido como herencia de nuestros antepasados. Es significativo que, en este contexto, se use con frecuencia la expresión «madre patria». (...) La patria, pues, es la herencia y a la vez el acervo patrimonial que se deriva; esto se refiere ciertamente a la tierra, al territorio. Pero el concepto de patria incluye también valores y elementos espirituales que integran la cultura de una nación".


La cultura (e incluso lo material) de Cataluña está formada por su propia forma de ser unida a la integración con el resto de España. Y esa es su herencia formada a través del tiempo de más de 500 años de convivencia, se ve en todos los aspectos de la vida social, económica, cultural, afectiva y hasta deportiva. Lo que creemos no se puede hacer como un acto de la voluntad ó un sentimiento es negar parte de esa herencia.


En el 2006, la CEE decía sobre el nacionalismo independentista en la “Instrucción pastoral Orientaciones morales ante la situación actual de España”:

"La Iglesia reconoce, en principio, la legitimidad de las posiciones nacionalistas que, sin recurrir a la violencia, por métodos democráticos, pretendan modificar la unidad política de España. Pero enseña también que, en este caso, como en cualquier otro, las propuestas nacionalistas deben ser justificadas con referencia al bien común de toda la población directa o indirectamente afectada. Todos tenemos que hacernos las siguientes preguntas. Si la coexistencia cultural y política, largamente prolongada, ha producido un entramado de múltiples relaciones familiares, profesionales, intelectuales, económicas, religiosas y políticas de todo género, ¿qué razones actuales hay que justifiquen la ruptura de estos vínculos? (…) ¿Sería justo reducir o suprimir estos bienes y derechos sin que pudiéramos opinar y expresarnos todos los afectados?"


Ante los intentos secesionistas de la Liga Norte en Italia, en el año 1994 decía el papa Juan Pablo II en un “Mensaje a los Obispos italianos sobre las responsabilidades de los católicos ante los desafíos del momento histórico actual”;

"Me refiero especialmente a las tendencias corporativas y a los peligros de separatismo que, al parecer, están surgiendo en el país. A decir verdad, en Italia, desde hace mucho tiempo, existe cierta tensión entre el Norte, más bien rico, y el Sur, más pobre. Pero hoy en día esta tensión resulta más aguda. Sin embargo, es preciso superar decididamente las tendencias corporativas y los peligros de separatismo con una actitud honrada de amor al bien de la propia nación y con comportamientos de solidaridad renovada. Se trata de una solidaridad que debe vivirse no sólo dentro del país, sino también con respecto a toda Europa y al tercer mundo. El amor a la propia nación y la solidaridad con la humanidad entera no contradicen el vínculo del hombre con la región y con la comunidad local, en que ha nacido, y las obligaciones que tiene hacia ellas. La solidaridad, más bien, pasa a través de todas las comunidades en que el hombre vive: en primer lugar, la familia, la comunidad local y regional, la nación, el continente, la humanidad entera: la solidaridad las anima, vinculándolas entre sí según el principio de subsidiariedad, que atribuye a cada una de ellas el grado correcto de autonomía".



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