Los sectores rigoristas

Así llaman a quienes se oponen los que han promovido una recogida de firmas para que se permita comulgar a las personas divorciadas que han formado nuevas uniones.

Y creemos que les contesta la encíclica FAMILIARIS CONSORTIO (84) de Juan Pablo II;

"En unión con el Sínodo exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza.

La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio".


No hay rigorismo cuando Juan Pablo II exhorta vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, sería rigorismo si se les apartara del todo.

En el segundo párrafo nos viene a decir el Papa; pero no pueden comulgar porque están en pecado mortal (añadiríamos, como no puede hacerlo cualquiera que lo esté por otras circunstancias, en eso no hay discriminación). Y añade algo que parece de sentido común, si se admitiera a la comunión a los divorciados que han formado otras uniones se induciría a error y a confusión sobre cual es el modelo de matrimonio verdadero. Parecería a ojos de la gente que son igualmente válidos el matrimonio católico que las siguientes uniones y que moralmente no pasa nada.

Sobre el argumento de que sin embargo se admite a la comunión a los católicos que no comparten lo material, no se sostiene. Porque nadie ha pedido que se cambie la doctrina sobre ello, puede que haya muchos ó pocos católicos que no lo cumplen, pero por ejemplo nadie ha lanzado una recogida de firmas para apoyarlos. Y si lo hiciesen seguramente tendrían contestación de a quienes critican los promotores de esta recogida de firmas.

Es cierto que se trata de una enseñanza de la Iglesia contraria a la mentalidad de este mundo, y a veces en debates en internet hemos discutido bastante con quienes sostenían que esta idea asistencial hacía que por ejemplo los países protestante tuvieran más desarrollo económico que los países católicos, etc, como si el nivel de las sociedades se midiese sólo por la media de la renta per cápita.... Pero coincide que esa idea de poner reparos al asistencialismo vaya unida a la de aceptar las nuevas uniones tras un divorcio en algunos países protestantes. Por ello cuando se dice por ejemplo que hay que interpretar el espíritu del evangelio, parece arriesgado hacerlo sin la orientación de la doctrina tradicional de la Iglesia, porque los protestantes han demostrado que de interpretar los evangelios pueden salir ideas muy dispares.

Y si algo que siempre ha formado parte de la doctrina de la Iglesia se defiende que deje de ser norma para adaptarse a los tiempos, ¿con qué base se pueden exigir otras obligaciones como de la de asistir a los necesitados?, para unos será una norma obligada y otros pensarán que fomenta la indolencia, limita el desarrollo, etc. (y sobre esto, ya decimos, hemos discutido bastante).

Y además, si hay católicos que en los temas económicos no actuaran bien, no puede ser usado para admitir que otros actúen mal en otras cosas.