Se trata de acontecimientos recientes, de hace unos decenios, que sin embargo parecen enterrados bajo una cortina de olvido y silencio. Aquí están contándonos por enésima vez las atrocidades, ciertas o presuntas, de los conquistadores del siglo XVI, y callando, al mismo tiempo, de manera obstinada, lo de los cristeros del siglo XX. Un silencio no casual, porque precisamente los cristeros, con su multitud de mártires indígenas, desmontan el esquema que da por forzada y superficial la evangelización de América latina.
Tratemos, pues, de refrescar un poco la memoria. Como ya hemos recordado en capítulos dedicados a la «leyenda negra» antiespañola, a principios del siglo XIX la burguesía criolla, es decir de origen europeo, luchó para liberarse de la Corona española y de la Iglesia, y tener así las manos libres para explotar a los indios, ya sin el estorbo de los gobernadores de Madrid y los religiosos. Es un «movimiento de liberación» (pero sólo para los blancos privilegiados) reunido alrededor de las logias masónicas locales, sustentadas por los «hermanos francmasones» de la América anglosajona del Norte, que precisamente a partir de ahora empieza su despiadado proceso de colonización del Sur «latino».
Cristeros del Regimiento de Valparaíso con sus familias.
Las nuevas castas en el poder en las antiguas provincias españolas llevan a cabo una legislación anticatólica, enfrentándose con la resistencia popular, constituida en su mayoría por aquellos indios o mestizos que -según el esquema actual- habrían sido bautizados a la fuerza y desearían volver a sus cultos sangrientos. En México las leyes «jacobinas» y la primera insurrección «católica» son del periodo entre 1858 y 1862.
A principios de nuestro siglo el jacobinismo liberal se hace aliado del socialismo y el marxismo locales, de manera que «entre 1914 y 1915 los obispos fueron detenidos o expulsados, todos los sacerdotes encarcelados, las monjas expulsadas de sus conventos, el culto religioso prohibido, las escuelas religiosas cerradas, las propiedades eclesiásticas confiscadas. La Constitución de 1917 legalizó el ataque a la Iglesia y lo radicalizó de manera intolerable» (Félix Zubillaga).
Cabe señalar que aquella Constitución (todavía en vigor, al menos formalmente: en sus viajes a México, las autoridades llamaron a Juan Pablo II siempre y sólo señor Woityla) no fue sometida a la aprobación del pueblo. Que no solamente no la habría aprobado, sino que en seguida dio a conocer su posición: primero mediante la resistencia pasiva y luego con las armas, en nombre de la doctrina católica tradicional, según la cual es lícito resistir con la fuerza a una tiranía insoportable.
Empezaba así la epopeya de los cristeros, así llamados, despectivamente, porque delante del pelotón; de fusilamiento morían gritando: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo y Nuestra Señora de Guadalupe!. Los insurrectos, que (igual que sus hermanos de la Vendée) militaban bajo las banderas con el Sagrado Corazón, llegaron a desplegar 200.000 hombres armados, apoyados por las Brigadas Bonitas, las brigadas femeninas para la sanidad, la subsistencia y las comunicaciones.
La guerra estalló entre 1926 y 1929. Y si al final el gobierno se vio obligado a aceptar un compromiso (y los bandoleros católicos, no obstante los éxitos, tuvieron que obedecer, contra su voluntad, a la orden de la Santa Sede y deponer las armas), fue porque la resistencia a la descristianizacion había penetrado hasta el fondo en todas las clases sociales: estudiantes y obreros, amas de casa y campesinos. Mejor dicho, en palabras de un historiador imparcial, «no hubo ni un solo campesino que, directa o indirectamente, no diera apoyo a los cristeros».
Al contrario de las revoluciones marxistas, que en ninguna parte del mundo y nunca ni siquiera en América latina pudieron realmente llegar al pueblo (esto fue evidente, por ejemplo, en Nicaragua, cuando se le dio voz al pueblo), la Cristiada mexicana fue un movimiento popular, profundo y auténtico. Centenares de hombres y mujeres de todas las clases sociales se dejaron masacrar para no tener que renunciar a Cristo Rey y a la devoción por la gloriosa Virgen de Guadalupe, madre de toda América latina. Murió fusilado, entre otros, aquel padre Miguel Agustín Pro, al que el Papa beatificó en 1988.
La resistencia más heroica se dio precisamente entre los indios del México central, que había sido cuna de los aztecas y de sus cultos negros; mientras que la casta de los «sin Dios», en el gobierno, venía de las regiones del norte, escasamente cristianizadas a causa de la supresión, en el siglo XVIII, de las misiones jesuitas.
La lucha de los cristeros en defensa de la fe fue una de las más heroicas de la historia, y ha llegado, aunque en formas no tan cruentas, hasta nuestros días. A pesar de la Constitución «atea» vigente en México desde 1917, quizás en ningún otro sitio Juan Pablo II ha tenido una acogida de masas más sincera y festiva. Y ningún santuario del mundo es tan visitado como el de Guadalupe.
¿Como explican esta fidelidad los que nos quieren convencer de que hubo una evangelización forzada, que se impuso la fe usando el crucifijo como un garrote?
Leyendas Negras de la Iglesia, de Vittorio MESSORI, publicada en versión española en 1996 por Planeta (Barcelona), en su colección "Planeta-Testimonio"
.
Una película del gran director de origen irlandés, John Ford (Sean Aloysius O’Fearna), recrea el tema de la persecución religiosa en Centroamérica; "El Fugitivo" con Henry Fonda y Dolores del Río, basada en la novela de Graham Greene titulada "El Poder y la Gloria". La película transcurre en la época de la Revolución Mexicana y cuenta como un sacerdote se enfrenta al gobierno, que ha prohibido la religión y hace públicas todo tipo de disposiciones anticlericales, la policía le sigue a todas partes y él se retira a un país vecino, pero vuelve a cruzar la frontera, haciéndose pasar por campesino....
. "Se cree que murieron 6.844 religiosos: 12 obispos, 283 monjas, 4.184 sacerdotes y 2.365 monjes (1). Muchos de estos crímenes estuvieron acompañados de una frívola y sádica crueldad. Por ejemplo, al parecer, el párroco de Torrijos, Liberio González Nonvela, dijo a los milicianos que lo hicieron prisionero: «Quiero sufrir por Cristo.» «¡Ah!, ¿si? - le contestaron -, pues entonces morirás como Cristo.» Lo desnudaron y lo azotaron despiadadamente. Luego cargaron un tronco sobre las espaldas de su víctima, le dieron a beber vinagre y lo coronaron de espinas. «Blasfema y te perdonaremos», decía el jefe de los milicianos. «Yo soy quien os perdona y os bendice», contesto el sacerdote. Los milicianos discutieron como lo matarían. Algunos querían crucificarlo, pero al final lo mataron a tiros. Su última voluntad fue morir de cara a sus torturadores, para poder bendecirlos. El obispo de Jaén fue asesinado con su hermana por una miliciana apodada «la Pecosa» ante una multitud alboroz...
Como ustedes ya saben, etnolatría significa la adoración a la propia etnia suplantando a Dios. Uno de los más graves problemas que actualmente sufre España es el peligro de ruptura de su unidad nacional.Y mucha culpa de esta lamentable situación de inquietud por nuestra cohesión nacional la tienen ciertos Obispos y sacerdotes que, especialmente en Cataluña y Vascongadas, mantienen irresponsables posturas disgregadoras. Con ello, no sólo zahieren a su verdadera Patria, que es España, sino que además relegan su fe cristiana a un plano secundario, primando siempre su idolatría por una determinada raza o región a la que ellos pretenden convertir, antihistóricamente, en “nación. Anteponen su etnia a su fe. LEER MÁS....
. Según una encuesta del Consejo de Europa realizada entre los estudiantes de ciencias de todos los países de la Comunidad, casi el 30 % de ellos tiene el convencimiento de que Galileo Galilei fue quemado vivo en la hoguera por la Iglesia. Casi todos (el 97 %) de cualquier forma, están convencidos de que fue sometido a torturas. Los que -realmente, no muchos- tienen algo más que decir sobre el científico pisano, recuerdan como frase «absolutamente histórica», un «Eppur si muove!», fieramente arrojado, después de la lectura de la sentencia, contra los inquisidores convencidos de poder detener el movimiento de la Tierra con los anatemas teológicos. Estos estudiantes se sorprenderían si alguien les dijera que estamos ahora en la afortunada situación de poder datar con precisión por lo menos este último falso detalle: la «frase histórica» fue inventada en Londres en 1757 por Giuseppe Baretti, periodista tan brillante como a menudo muy poco fehaciente. El 22 de junio de 1633, en Roma, en...
Comentarios