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ABORTO Y SEMANA SANTA;
El aborto está íntimamente unido a la Pasión de Cristo, de la misma manera que lo están la guerra,
el hambre y tantas otras injusticias, consecuencia
de nuestro pecado, por cuya redención Jesucristo entregó su vida en la Cruz.







¿Qué tiene que ver el aborto con la Semana Santa?

La respuesta a esta pregunta requiere la matización de un «depende»… Si por Semana Santa entendemos unas escenificaciones callejeras de interés turístico nacional, entonces, ciertamente, no tiene nada que ver. Pero, si la Semana Santa es la memoria viva de la Muerte y Resurrección de Jesucristo, entonces, no lo dudemos, es absolutamente imposible separarlos. El aborto está íntimamente unido a la Pasión de Cristo, de la misma manera que lo están la guerra, el hambre y tantas otras injusticias, consecuencia de nuestro pecado, por cuya redención Jesucristo entregó su vida en la Cruz.

A quienes han afirmado que no hay conexión entre el aborto y esta festividad religiosa, les aconsejaría la lectura de un libro que nos marcó a muchos en nuestra juventud, con un título bien significativo: Dios llora en la Tierra.

Aunque duela, la verdad «libera»

Jesús nos enseñó que «la verdad nos hace libres» (cfr. Jn 8,32); pero mientras llega ese momento, ¡escuece bastante! Lo hemos podido comprobar a propósito de la campaña de la Conferencia Episcopal Española en defensa de la vida.

El lince está dando mucho que hablar, y confiemos en que también nos ayude a «reconsiderar». Lo cierto es que hay verdades incuestionables: un huevo de águila tiene más protección jurídica en España que un ser humano en el seno de su madre. No se trata de una afirmación agresiva desde la trinchera, como algunos pretenden vender, sino de una simple constatación de la realidad.

La comparación entre el animal y el ser humano no «devalúa al lince» —como afirma algún político, en el colmo del despropósito— sino que, en todo caso, enaltece la causa ecologista. Lo increíble es que tengamos que recurrir al lince para dignificar al ser humano. En el fondo, estamos ante una constatación de que, cuando nuestra cultura da la espalda a Dios, el hombre es destronado de su condición de «rey de la creación», hasta el punto de ser rebajado a la suerte del esclavo.

La mujer, santuario de la vida

Pienso sinceramente que la Iglesia está haciendo lo que Dios espera de ella en este momento clave de la historia: desgastar su prestigio y sus energías en la defensa de la vida de los más inocentes. La cultura de la muerte pretende distorsionar la realidad contraponiendo la defensa de la vida del hijo al supuesto derecho de la mujer a una «maternidad a la carta». Pero lo cierto es que apostar por el hijo es apostar por la madre. Al decir esto no estoy pensando exclusivamente en las heridas traumáticas que se manifiestan en el «Síndrome Post-Aborto»… Los males derivados del aborto para la mujer son muchos y devastadores:
¿Cómo se puede hablar del aborto como de un derecho de la mujer a «decidir en libertad», cuando sabemos de sobra que, tras la mayoría de las interrupciones violentas del embarazo, se esconde la presión e incluso el chantaje del varón? ¿Cómo se puede reivindicar el aborto en el contexto de la promoción de la mujer, cuando en numerosos países se está produciendo un grave desequilibrio entre la población masculina y la femenina, por motivo del recurso al aborto para la selección del sexo? El caso de China es paradigmático: por cada 119 niños, nacen tan solo cien niñas. Se calcula que en el año 2020 habrá en ese país 300 millones más de hombres que de mujeres.

La reivindicación del feminismo radical, que ha ligado la promoción de la mujer a la liberación de su maternidad, ha resultado ser su propia tumba. Por el contrario, una de las dimensiones que más dignifica a la mujer es su condición de ser «santuario de la vida».

El sacrificio del inocente

Si queremos vivir en verdad y en intensidad nuestra Semana Santa, no podemos dejar en el olvido la acción de gracias por el don de la vida; la llamada a la responsabilidad en su cuidado; ni tampoco la denuncia profética ante el sacrificio de los inocentes. También Jesucristo fue el «inocente» sobre el que descargamos las culpas los pecadores. El diálogo del buen ladrón con su compañero de suplicio es bien significativo: «¿Ni siquiera temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido; en cambio, éste nada malo ha hecho» (Lc 23, 41).

Lo cierto es que, mientras discutimos, el aborto ha llegado a ser la primera causa de mortalidad en España. En toda nuestra dilatada historia, si excluimos la peste negra en la Edad Media, ninguna guerra, enfermedad o catástrofe ha acabado con tantas vidas humanas. Lo que está en juego es algo tan básico como nuestra capacidad de conmovernos por la suerte del inocente. ¡Es cuestión de humanidad, de solidaridad y de misericordia!

José Ignacio Munilla, obispo de Palencia, España

elobservadorenlinea.com

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