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Qué hacer con el tiempo
qué nos ha sido dado.



HACIA UNA CARTA MAGNA DE VALORES
PARA UNA NUEVA CIVILIZACION







“Muchos de los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida ¿Puedes darles la vida? Entonces no te apresures a la hora de dispensar muerte o juicio, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos”.


Habréis reconocido la secuencia. Muchos –como yo mismo- hemos visto El Señor de los Anillos o leído la trilogía en repetidas ocasiones. Tolkien nos dibuja todo un imaginario céltico-cristiano donde el Bien y el Mal toman campo de batalla. En toda la obra de Tolkien hay una cuestión que siempre nos podremos plantear: ¿Qué es el Mal?



Tanto Tolkien como C. S. Lewis manejaban la definición de un senador de la antigua Roma pagana, Boecio, que fue torturado y condenado a muerte: El mal no existe. Lo que la gente identifica como mal es sólo la ausencia de bien.





Esta introducción literaria nos puede servir para poder pensar el Derecho a la Vida –y concretamente la vida del todavía no nacido- en términos de un conflicto filosófico sobre la esencia misma de lo que es el Bien y el Mal. Quizá debamos pensar que, con el aborto, o con el mismo mal llamado derecho a la muerte digna, se está librando una batalla. Una batalla, una confrontación entre dos concepciones jurídicas y filosóficas del mundo. Y en la que una parece estar ya desplazando a la otra.





La batalla parece ser invisible porque, oculta tras los programas de los partidos políticos, la propaganda de los medios de comunicación o el perfil hiper consumista de nuestras sociedades, parece no existir. Pero existe.





Podemos definir los frentes en conflicto: uno sería la cultura jurídica de Occidente, y otro aquel en el que el relativismo arrasa toda norma natural





¿Qué significa todo esto? Que, en esa confrontación, la conocida concepción de los “Derechos Humanos” estaría siendo desnaturalizada en beneficio de un positivismo relativista que los disolvería en función de los intereses del Poder del momento. Y donde reina el Poder y no la Verdad, surge la tiranía y la arbitrariedad.





Los Derechos Humanos, si los hemos de situar cronológicamente, los podemos cifrar en la Declaración de San Francisco de 1948 cuando, finalizada la II Guerra Mundial se quiso juzgar por crímenes contra la Humanidad a los vencidos y culpables de la muerte de millones de personas. En aquella declaración se buscó plasmar, como cuestiones que debían anteceder a toda ley votada en los parlamentos o redactada por los gobiernos, un conjunto de derechos sobre los que nadie podría disponer porque forman parte de la íntima esencia de la persona. 





La Iglesia Católica, en manifestaciones de Juan Pablo II, dirá que esos Derechos vienen de la dignidad misma de la persona. Más recientemente, Benedicto XVI ha señalado que “están basados y plasmados en la naturaleza trascendente de la persona, que permite a los hombres y mujeres recorrer su camino de fe y su búsqueda de Dios en este mundo”. Estos Derechos Humanos desde finales de los años 80 y 90 están siendo redefinidos –especialmente en la Unión Europea- contemplando, entre otros, el “derecho a la salud reproductiva” (concepto por el que se introduce en las legislaciones nacionales el derecho de la mujer al Aborto).





Si los Derechos Humanos han sido la plasmación de cuestiones pre políticas, de un derecho natural que ha de preceder a los ordenamientos constitucionales (para que no vuelva a ocurrir un nuevo Auschwitz), ahora se están convirtiendo en instrumento para despojar, en muchas ocasiones, a la persona de su dignidad (la reciente votación en el Parlamento de Estrasburgo a favor de la Eutanasia, el consumo de drogas y el aborto es muy ilustrativa en este sentido). El mismo Tratado Constitucional de la Unión Europea ha dejado fuera los términos “inherentes” e “inalienables” en su Declaración de Derechos, sin mantener las definiciones de matrimonio y las familias heterosexuales.





Así vemos que si el Derecho a la Vida está recogido como el primer derecho en la Declaración de los Derechos Humanos de San Francisco de 1948, son muy numerosos los estados de Europa que recogen el aborto como una posibilidad y “un derecho”.





Durante siglos, las naciones europeas han compartido más o menos las mismas normas morales, derivadas de la antigüedad y del legado cristiano. Los Diez Mandamientos eran más o menos aceptables para todos. Ello se reflejaba en la ley y en la política. En la actualidad ese escenario se ha fragmentado. El relativismo, el subjetivismo se ha hecho dueño de la situación. Nos encontramos en ese paisaje que el filósofo Nietszche describía en su obra “Más allá del bien y del mal”.





Y si los Estados (antes llamados Cristiandad) ya no reflejan esas cuestiones fundamentales, no nos extrañemos tampoco que puedan acabar en “Tiranías”, perfectamente democráticas. Pero tiranías, porque lo que es bueno y malo no lo decidirá la Dignidad de la Persona, sino los intereses del mercado, de la publicidad o de oscuros intereses de Poder. Y será malo, aunque se exprese en mayorías depositadas en las urnas. Esta falla, ésta quiebra ha sido advertida por filósofos desde el mismo laicismo y por el mejor pensador que Europa tienen en estos momentos: Joseph Ratzinger (Benedicto XVI)





Jurgen Habermas y el entonces Cardenal Ratzinger pusieron el dedo en la llaga en esta materia cuando se preguntaron si no debía existir un núcleo de cuestiones al margen de todo relativismo como garantía de la existencia de la democracia en sí misma. Y la respuesta era afirmativa. Habermas y Ratzinger consideran que “la política es justa y promueve la libertad cuando sirve a un sistema de verdades y derechos que la razón muestra al hombre”. Eso es Derecho Natural.







Sin duda, hoy nuestras sociedades son o tienden a ser multiculturales y no hay estados confesionales. Eso no significa que debamos renunciar a la Verdad. Precisamente si citábamos ese núcleo de cuestiones esenciales, que deben estar en las democracias para que éstas sean tales, la propuesta hoy (y en ello está Benedicto XVI) es el retorno del Derecho Natural como puente entre creyentes y no creyentes, como conjunto de verdades, escritas en el corazón de todos, que hagan posible que el respeto a la Vida, a la Familia, al Bien Común, a la Libertad sea algo posible.





La idea no es “estados cristianos”, sino estados basados en la verdad sobre el ser humano. El Papa ha advertido que la negación de la Verdad es el problema clave en la política y en la sociedad europea. Y es cierto. Si la verdad es una mera opinión, donde todo es posible, la tiranía está servida. 





Nuestro común combate, el de los cristianos, es el de comparecer en la vida pública para afirmar la validez de esos Universales. Yo afirmo que un cristiano que deja de ser cristiano en la esfera pública, no es un verdadero cristiano y no conoce absolutamente su Fe. 





Debemos ayudar a la sociedad a ganar de nuevo el respeto por el ser humano. Este es el único modo de combatir el aborto y la eutanasia, así como otras invasiones de la dignidad humana en el ámbito de la ingeniería genética y la bioética. 





Somos nosotros, los cristianos, los que debemos proponer restaurar y dar sentido al misterio de la sacralidad de la persona, para que la gente se de cuenta de que somos mucho más que carne y huesos. Que un anciano o un enfermo también poseen belleza. Que en el otro, reconocemos un hermano y no un objeto.





Somos nosotros, los llamados a quitar poder al mercado, para que lo recupere la política en beneficio del bien social al que debe someterse toda economía dirigida al Bien Común.





Somos nosotros, los cristianos, lo que hemos de afirmar el triunfo del Amor, sobre quienes consideran que la relación entre un hombre y una mujer es algo sujeto a fin temporal. Frente a esas uniones a prueba, a la vanalización del afecto. Somos nosotros.





Os convoco a ello. A que no tengáis miedo a nada ni a nadie. A que afirméis el valor de la Vida por encima de todo. Os convoco a que decidáis, como también decía Tolkien, qué hacer con el tiempo qué os ha sido dado.




Discurso de Carlos Martínez-Cava
Representante de AES en el Congreso de Roma

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